A comienzos del invierno, las ganas por llegar pronto a las pistas cada
día y el cansancio de una jornada larga y extenuante convierten las
vacaciones en la nieve en una actividad casi exclusivamente deportiva.
Si acaso, alguna salida nocturna -y no hasta muy tarde- para ir a cenar,
y luego a dormir para volver a madrugar. Pero ahora que la temporada
está avanzada, que los días son más largos y la ansiedad por calzarse
los esquís ha desaparecido es la ocasión para aprovechar las tardes y
darse una vuelta por esos pueblos que durante los meses anteriores solo
se han visto fugazmente desde la carretera o desde las pistas. Todos
guardan maravillas naturales, arquitectónicas y, por supuesto,
gastronómicas. Y están a un paso de las pistas. Los siete que a
continuación se describen no son todos, por supuesto, pero sí son un
buen ejemplo:
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