Pregunta. Una novela con un tema tan personal y doloroso como el suyo exige una serie de medidas de seguridad para poder reinterpretar estas experiencias íntimas como ficción. ¿Cuáles fueron las más importantes?
Respuesta. Creo que la forma de empezar el libro, con una gran crisis en que la mujer echa al padre de la historia de casa, ya marcó esa gran diferencia que necesitaba para separarlo de mi vida. Es divertido, porque recibí emails de amigos preguntándome: “¿Va todo bien con vosotros?”, porque la gente asume que si escribes sobre un matrimonio en crisis es que el tuyo tiene que ir mal. Además, aunque Alex tiene aspectos muy similares a mí, es muy diferente en otros, como por ejemplo en su cinismo inicial hacia la tecnología y los videojuegos (risas). Lo mismo pasa con el niño del libro, Sam. Hay aspectos de su autismo que si son similares a los de mi hijo, pero hay otros que no lo son. También es cierto que hay muchas escenas concretas que recrean momentos que pasamos nosotros, cómo Minecraft nos hizo comprender mejor a Zac. Pero el mero hecho de pasarlas por el filtro de la ficción fue un escudo suficiente para mí.
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